Ernesto Sabato es una especie de profeta; el último profeta. No porque vaya a hacer anuncios sobre el futuro, sobre si se va a casar Kim Kardashian o si el coronavirus acabará con el mundo. No, es otra cosa. Leerlo es como leer a Jeremías, como oír a Juan el Bautista. Es la voz que clama en el desierto.
Los profetas bíblicos eran personas muy especiales por una razón: podían hablar con Dios. Y por lo mismo, su labor era muchas veces decirle a su pueblo cosas que ellos no querrían escuchar, pero que necesitaban con urgencia oír. Muchas veces les valió el rechazo de sus compatriotas y fueron acusados por las autoridades del momento, pero la suya era una labor sagrada, y no tenían permitido ocultar sus visiones. Los profetas eran una guía moral y espiritual ante su comunidad, eran la Palabra de Dios entre los hombres.
En este libro, estructurado en cinco cartas y un epílogo, Ernesto Sabato volverá sobre sus eternas obsesiones. La crítica social, angustiosa, la necesidad cada vez más urgente (más desesperada) de combatir la injusticia. La fe absoluta y arrogante en la Razón, tan propia de nuestro tiempo, y su consecuencia, el desprecio por el subconsciente e incluso por el sentimiento religioso. La necesidad de volver a unos valores más humanos, más reales, y que no tengan que ver con los valores de las cosas que compramos. El futuro de nuestra sociedad, e incluso de nuestra especie, y la necesidad de despertar a la parte más noble de la humanidad, aquella capaz de la máxima solidaridad, así como de derrotar a la otra, a la que vende el futuro de todos por billetes y poder.
Las cinco Epístolas de Ernesto utilizan un lenguaje castizo y elegante, propio de un caballero de principios del siglo pasado. Y nos hablan de recuerdos, puesto que son el libro de un anciano de cuerpo cansado y mente hiperactiva aún. Apelan a nuestra consciencia, a nuestro corazón. Nos piden que confiemos en la humanidad, en nuestros amigos y parientes, y en lo mejor de nosotros mismos. A veces pareciera un discurso supersticioso, alejado de una fundamentación racional, casi sin sentido: Sabato insiste en hablar de fuerzas misteriosas, de ríos subterráneos, de transformaciones cósmicas, como un abuelito chocheando. Pero tiene todo el sentido que nos parezca así: es Sabato voceando su desconfianza en la razón, en la ciencia, diciéndonos que él confía en otras potencias que viven dentro de nosotros.
Resulta emocionante leer a un anciano buscando desesperadamente esperanzas, pedirnos que cambiemos nuestro estúpido y egoísta modo de vivir. Hablándonos de hermandad, de solidaridad, de mirarnos a los ojos. Hablándonos de los valores antiguos, porque como dijera Schopenhauer, hay tiempos en que el progreso es reaccionario y la reacción, progresista. Como toda su vida, exponiéndose al desprecio de todos: sus viejos colegas científicos, sus amigos revolucionarios, sus compinches surrealistas. Porque su único compromiso es con la verdad, con las visiones que lo habitan y le exigen ser nombradas.
Como Isaías, como Jeremías. Sabato habla para que nosotros seamos salvos.